Siempre he pensado que las palabras se las lleva el viento,
ahora por más que soples no se írán,
no como el tiempo que se te escapa entre los dedos.
19 de febrero de 2011
Hambre y cultura
La prepotencia salvaje de nuestra sociedad tecnológica, militar e industrial, se manifiesta hoy sin cortapisa alguna a escala planetaria. No contentos con saquear riquezas ajenas, explotar despiadadamente a mujeres y hombres, violar y destruir culturas, inundar el mundo de detritos, contaminar el aire, continentes y mares, almacenar armas costosas y extravagantes, cebar la tierra de ojivas nucleares hasta convertirla en un polvorín, quemar los excedentes de trigo y maíz para mantener los precios, planificar hambre, miseria y enfermedades en nombre de unos valores presuntamente universales, pero en verdad ferozmente etnocéntricos y clasistas, nuestros remotos, aunque identificables, programadores se han fijado por meta trivializar y pervertir la dolorosa visión de sus víctimas trasformándola en un exótico y curioso espectáculo: no ya el de los jefes y altos oficiales nazis absortos en la gozosa contemplación en petit comité de sus documentales sobre los niños y mujeres desnudos introducidos en las cámaras de gas de Auschwitz, sino el destinado al buen eurócrata o norteamericano medio a los que, entre sonrisas dentífricas de deslumbrante blancura y anuncios de muchachas etéreas diafanizadas por las vitudes de un champú natural proteínico, se ofrece en prima, de sobremesa, la visiñon de esqueletos vivosm piernas quebradizas y ahiladas, vientres deformes, rostros infantiles cubiertos de moscas en amenos y tranquilizador contraste con el entorno de un mundo sereno y cuyos problemas son el exceso de calorías, la preservación de la línea mediante curas adelgazadoras y ejercicios gimnásticos, la búsqueda de variadas y aguijadores dietas caninas, la adquisición incesante de nuevos y eficaces instrumentos de confort doméstico para dichosos padres de familia y amas de casa. La agonía y muerte de millones de inocentes, sacrificados al modelo de sociedad competitiva y brutal, se transforma así un número más, aburrido a fuerza de reiterado, del ahíto y adormilado espectador. [...]
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